Cuando pensamos en salud probablemente la gran mayoría de nosotros tendrá dentro de sus primeras imágenes, la de nuestro cuerpo, pastillas y enfermedades a nuestro organismo. Sin ir más lejos, en general cuando los distintos medios de comunicación hacen referencia a la salud, nos muestran hospitales, consultorios y/o cajas de fármacos. Sin embargo, desde hace más de siete décadas la Organización Mundial de la Salud estableció que la Salud es “el completo estado de bienestar físico, mental y social, y no solo la ausencia de afecciones o enfermedades”, haciendo énfasis en igualar nuestra salud mental (por ej., nuestras emociones y pensamientos) y nuestras relaciones sociales (personales y laborales) junto con nuestro cuerpo y su biología. De hecho, son precisamente las relaciones sociales y nuestra salud mental dos de los grandes pilares que sostienen nuestro bienestar y felicidad. Como lo demuestran estudios realizados en España y Estados Unidos, por un lado nuestro estado psicológico afecta nuestra vida mucho más profundamente que nuestras problemáticas físicas, aún cuando solemos prestarles más atención a las últimas, implicando que según el tono emocional en que nos encontramos puede teñir nuestro día y nuestra vida notoriamente; y por otro lado, aspectos como el optimismo y la expresión de las emociones agradables o placenteras tienen un especial impacto en nuestra longevidad y nuestro sistema inmune, aportando en ambos casos a mejores maneras de afrontar las dificultades del día a día, mayor calidad de vida, mejores defensas naturales de nuestro organismo y, por ende, un mejor estado de salud.
Una de las áreas que vive una paradoja muy importante en esta línea es, precisamente, el área de la salud. Como reportan diversas investigaciones, los ámbitos donde se trabaja brindando ayuda o apoyo a otras personas y en directa interacción con éstas, implican niveles de desgaste y demanda del trabajador más altos emocionalmente que otros tipos de trabajos. Desde los años 70, psicólogos como Freudenberger, Maslach y Jackson reportaban un cuadro que se presentaba especialmente en este contexto, caracterizado por agotamiento emocional, despersonalización y ausencia de sensación de realización personal, que hoy en día conocemos como el “síndrome de burnout”, o de estar “quemado” con el trabajo. Así, el entusiasmo inicial con el que el profesional de la salud inicia sus estudios o su desempeño profesional, gradualmente se va viendo mermado, pudiendo llegar a sentirse estancado, frustrado, apático y, finalmente, “quemado” e indiferente con su trabajo.
Cuando el estudiante o profesional de la salud no cuenta con herramientas para afrontar las dificultades y exigencias de su vida laboral, se puede abrir una puerta importante para que se desarrolle e instale el síndrome de burnout, y que este se vaya alimentando del círculo vicioso de frustración, errores, distanciamiento y sensación de incompetencia. Si además su organización no acompaña los errores, fallas o accidentes –que surgen desde nuestra falibilidad humana- como espacios de aprendizaje, entonces obtenemos resultados tales como, aumento de errores y malas prácticas profesionales, aumento de licencias médicas y pérdida de fuerza profesional y conocimientos de esos profesionales al quedar fuera de actividad.
Sin embargo, existen formas de prevenir la aparición de estas problemáticas: el modelo generado por el dr. Ronald Epstein, llamado Mindful Practice, reporta grandes beneficios en la reducción de la sintomatología asociada al burnout, así como en abrir espacios en la misma organización de salud para apoyar y potenciar a los profesionales de salud y al servicio que entregan a sus pacientes.
Recogiendo la idea inicial de salud como equilibrio físico, mental y social, la implementación en espacios de salud de estrategias y metodologías basadas en mindfulness permiten generar un espacio transversalmente accesible, tanto para los profesionales de salud (de forma individual), los equipos de salud (en forma más colectiva), y para la organización, de dinámicas de funcionamiento organizacional que potencien el cuidado de su salud en los tres niveles. Al cuidar al equipo de salud y protegerlos del desgaste profesional (burnout), potenciando además sus capacidades y desarrollo, obtenemos personas que ganan herramientas para su vida y que influyen desde sus relaciones personales y laborales, pasando por mejores estrategias de abordaje y reconocimiento de sus emociones y estados emocionales, pensamientos y reacciones, hasta al autocuidado de su salud y reconocimiento de sintomatología que pueda interferir con su bienestar y su calidad de trabajo.
Lo anterior redundaría en la generación de espacios que permitirían evitar costos innecesarios al sistema de salud a causa de licencias y desgaste profesional y generar una atención de mayor calidad a los pacientes. En definitiva, todos ganan.
Arturo Berger Maturana