El día de ayer, muchos medios hicieron eco de una terrible noticia de la que nos enterábamos a nivel mundial: el suicidio del pequeño Drayke Hardman, de 12 años, producto del sostenido bullying del cual era víctima desde hacía años. Los relatos de sus padres, Samie y Andy son simple y descriptivamente desgarradores del sufrimiento, impotencia y dolor que todo esto conlleva. Y no toma mucho tiempo leer una noticia de esta para ir encontrando otros casos como el de Izzy, de 10 años con mismo desenlace; e inclusive, ni siquiera se necesita mirar fuera si es por noticias, recordando el caso de Katy Winter, adolescente de 16 años quien también tomara la radical decisión tras ser otra víctima más de bullying por parte de sus pares en su colegio. Y así, esta lista podría seguir –lamentablemente- de forma interminable.

El bullying es una problemática que está presente a lo largo y ancho del mundo, desde hace ya demasiado tiempo. La ONG Internacional “Bullying sin fronteras” publicó un estudio realizado junto a la OCDE entre enero de 2020 y diciembre de 2021, comparativamente a la última medición realizada (1990) los casos han aumentado explosivamente, donde el 85% de los casos se produce en las escuelas, un 82% de los niños con discapacidad son víctimas de acoso, el 44% de los niños entre 8 y 10 años ha sufrido de bullying al menos una vez, el 90% de los estudiantes homosexuales son molestados por su orientación sexual, y menos del 20% de los casos de bullying son denunciados o reportados a profesores, directores o autoridades, entre varias otras (terribles) cifras más, como que nuestro país está en el lugar 16 de 25 del top de bullying internacional.

Existe una errónea concepción entre muchas personas que el “bullying” es algo “normal”, por lo que “todos hemos transitado” y que “se puede salir fácilmente adelante”; que “es sin mala intención”, que “es de cabros chicos” e inclusive, que “quien no lo aguanta es débil”. No hay nada más lejano de la realidad que todas estas aseveraciones. El bullying, según la definición conjunta de la OMS y Bullying Sin Fronteras (BSF) es “Toda intimidación o agresión física, psicológica o sexual contra una persona en edad escolar en forma reiterada de manera tal que causa daño, temor y/o tristeza en la víctima o en un grupo de víctimas”. Si bien la definición hace específica referencia al ámbito escolar, es una conducta que se repite tanto en el ámbito de la educación primaria como superior, así como en el trabajo y otros ámbitos de relación humana. Conjunto a lo antes descrito, implica también una situación de imposición de “poder” entre una o más personas (los “bullies”) y su o sus víctimas, que pueden conllevar desde sintomatología ansioso-depresiva hasta la muerte, como los casos antes descritos. Lo más preocupante de esto es cómo se ha “naturalizado” su existencia casi como “parte de” la vida de las personas en su etapa educativa / laboral, y la dificultad que implica para todos el poder hablar de esto o tomar acciones prontas y protectoras.

En su canción “Everything I wanted” (“Todo lo que quería”) Billie Eilish hace una sensible referencia a las emociones experimentadas por alguien que sueña con haberse suicidado.

Muchas de las personas que he tenido la posibilidad de acompañar en consulta han hecho referencia de etapas de bullying en su historia como parte de lo que hoy en día les afecta en sus relaciones interpersonales, tanto con familia, amigos o parejas. También están aquellos que han sido “bullies” casi sin darse cuenta, por aprendizajes traídos desde su familia donde también existían casos de ser víctima de bullying o un bully. Los factores comunes que se encuentran entre todos estos casos son habitualmente tres:

  • Las huellas mentales / emocionales que esto ha dejado en sus vidas y que les afectan hasta el día de hoy en mayor o menor medida, como una voz interna automática que se activa ante situaciones asociadas (ejemplo: apariencia física, dificultades de expresión, discapacidades, etc.)
  • En el caso de los bullies, el “no haberse dado cuenta” del nivel de daño que estaban realizando, argumentando también que “a ell@s también les decían cosas”, y
  • El argumento de que “yo pude superarlo y no me pasó nada”, conjunto a actos que sostienen el bullying hacia otros en frente de hijos o menores que aprenden desde esta conducta.

En este sentido, creo que es muy importante “quebrar” o “cortar” la naturalización a la que nos hemos acostumbrado respecto al bullying, y comenzar a borrar mitos con los que convivimos o se argumenta respecto a las vidas de las personas. Por mencionar algunos ejemplos:

  • No es algo que tenga que vivir alguien en su etapa escolar para ser más fuerte o mejor persona a futuro. “La letra con sangre entra” decía una antigua frase, y no es cierto. El miedo como forma de enseñanza no genera mayor aprendizaje ni lo refuerza, sino que sostiene una forma de funcionamiento a través de la consecuencia negativa como único motor de crecimiento y aprendizaje que imposibilita el real desarrollo de una persona.
  • Que hayas “sobrevivido” al bullying no implica que “no te hizo nada”: De hecho, si tu pensamiento es así y lo crees normal, está una clara muestra de que si te hizo algo: te enseñó a naturalizar el maltrato, el abuso o el acoso como forma de relacionarte con otros distintos a ti, omitiendo su sentir y eliminando la empatía, básica en las relaciones humanas. Y existe el riesgo que puedas enseñarle esto mismo a tus hijos, hermanos, u otros menores que vean en ti a alguien de referencia.
  • No es “bakán” o “cool” el que más molesta e inventa apodos: Pareciera que quien toma este pandero fuera una suerte de líder al que muchos se pliegan; tras esto, hay muchos temores y fragilidades que se ocultan en este actuar masivo o desviando la atención hacia otros, del que puede existir o no consciencia.

Por último (aunque de esto seguiremos hablando en otras ocasiones): la posibilidad de generar cambios y cortar este ciclo de daño parte por cada uno de nosotros. Abrir el malestar que produce aquello que nos molesta, expresar la incomodidad ante ciertas palabras, apodos o nombres que no nos agradan, pedir ayuda cuando nos estamos sintiendo acosados, enseñar a nuestros niños que nadie tiene el derecho de ponerles nombres ni tocarlos o contactarse con ellos de formas que no les agradan, reforzar sus aspectos fuertes y positivos así como los de las personas como algo a destacar y hacer notar, más que centrar el foco en lo adverso, negativo o que no nos gusta de otros son formas básicas de ayudar en este cambio. Enseñar la bondad del afecto, el amor, la compasión y la empatía versus las contras que tiene la burla, el acoso y el dañar a otras personas de forma que quizás jamás imaginemos. Aprender de nuestras diferencias, respetarlas e incluso valorarlas, como parte de la diversidad que somos todos los seres vivos. Todos podemos (y debemos, idealmente) ser parte de este cambio que evite sufrimientos, salve vidas, y eduque seres humanos más amables y comprensivos para el futuro. Nunca es demasiado tarde para pedir ayuda en aquello donde nos han hecho daño, o para intentar reparar aquello donde hayamos podido dañar a otro.

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